El Reino Unido también sufre la polarización y tensión política que aqueja a otras muchas democracias occidentales. Hasta ahora, sin embargo, había un consenso bipartidista en torno a la gran causa del siglo XXI: la lucha contra el cambio climático. Por desesperación electoral, Rishi Sunak se ha aferrado al populismo y ha dado alas al negacionismo de la extrema derecha con su decisión de retrasar los objetivos comprometidos años antes por el Gobierno británico para frenar el calentamiento global.
“Retrasar las medidas contra el cambio climático deriva en un aumento de la temperatura global”, advirtió Jim Skea, el británico que preside el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, en sus siglas en inglés), días después de conocerse los anuncios de Sunak. El IPCC, la institución más prestigiosa en el análisis del reto del calentamiento, tiene por norma nunca comentar o criticar las decisiones individuales de los países. A buen entendedor, sin embargo, resultaba evidente el blanco de la crítica de Skea: “Lo que determina el calentamiento global no es la fecha elegida como objetivo para alcanzar las emisiones cero, sino el camino diseñado para llegar hasta allí. El principal factor es la acumulación en el tiempo de emisiones de dióxido de carbono (…) Cuanto más retrasas las medidas, mayor será esa acumulación y mayor será el peligro. Esa es la clave global”, resumía el profesor de Energía Sostenible del Imperial College de Londres.
El 27 de septiembre de 1988, la primera ministra británica Margaret Thatcher advertía ante una concurrida audiencia en la Royal Society, el renombrado instituto científico, que el mundo “estaba creando una trampa global de calentamiento que provocaría inestabilidad climática”. Prometió llevar a cabo medidas para frenar ese desenlace y promover una “prosperidad estable”.
Es cierto que gran parte del avance en la reducción de emisiones tuvo que ver con el desmantelamiento casi total de la industria británica del carbón —fruto de la despiadada guerra de Thatcher con los sindicatos—, y de un país volcado en los servicios que prescindió de la contaminación de una industria que la globalización había llevado a otros lugares del mundo. Pero hoy el volumen de gas que arroja a la atmósfera el Reino Unido se ha reducido un 47% respecto a los niveles de los años noventa; en 2008 fue el primer país en imponer una cuota de emisiones (carbon budget); en 2019, el primero en comprometerse al objetivo de emisiones cero en 2050; la primera ministra conservadora, Theresa May, impuso en 2040 la fecha límite para la prohibición de venta de vehículos de gasolina y diésel en 2040; el Gobierno de Boris Johnson rebajó esa fecha a 2035, y más tarde a 2030; con la cumbre del COP-26 de Glasgow, el Reino Unido reafirmó su liderazgo en la causa medioambientalista. Una lucha común que unía a conservadores y laboristas.
Hasta que ha llegado el giro drástico de Sunak.
El discurso populista
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Prácticamente 35 años después de que su modelo político e inspiración —Thatcher— marcara la senda, Sunak ha pisado el freno, e irritado a políticos de uno y otro bando, a científicos, activistas y hasta a la gran industria. El primer ministro anunciaba el retraso en cinco años, de 2030 a 2035, de la prohibición de venta de nuevos vehículos de gasolina o diésel, acompañado además con la garantía de que esos mismos vehículos podrían adquirirse durante muchos años más en el mercado de segunda mano.
El Gobierno británico prorrogaba también hasta 2035 la obligación de reemplazar los calentadores de gas de los domicilios por bombas de calor. Y desde esa fecha, en cualquier caso, se comprometía a imponer esa instalación solo en aquellos hogares que necesitaran cambiar su calentador.
Para rematar el discurso, Sunak anunciaba días después la renovación de licencias anuales para explotar nuevos pozos de gas y petróleo en el mar del norte. La excusa: reforzar la seguridad energética del Reino Unido. A pesar de que los expertos no tardaban en señalar que la producción de esa región apenas sostiene por unos días las necesidades del país, además de tratarse de un crudo cuyo precio de refinado es desorbitado.
La gran industria arremetía contra unas decisiones que ponían en duda sus proyectos a largo plazo. “Retrasar la fecha límite de prohibición de nuevos vehículos de gasolina y diésel —una fecha que, hasta hace unos meses, el propio Gobierno definía como inamovible— provoca la clásica incertidumbre política que aleja la inversión empresarial y socava las oportunidades del Reino Unido de atraer nuevos proyectos de la economía verde”, ha señalado Esin Serin, analista e investigadora del Instituto Grantham de Estudios sobre Cambio Climático y Medio Ambiente, y de la London School of Economics.
Todas las encuestas sugieren que el Partido Laborista, al que atribuyen una ventaja de más de veinte puntos porcentuales frente a los conservadores, será el vencedor de las próximas elecciones generales, que deberían celebrarse como muy tarde dentro de un año. Ante un partido que se halla sometido a continuos nervios y revuelos internos, Sunak ha decidido hacer un guiño al ala más dura de los tories.
En los últimos años, frente a las políticas ambientales de muchas ciudades y municipios británicos —zonas de baja emisión, límite de velocidad, etc.— ha surgido un movimiento ciudadano negacionista y reaccionario que alimenta teorías de la conspiración y revueltas callejeras. El último y más potente de los revuelos se produjo en Oxford, cuyo ayuntamiento se había sumado a la iniciativa de las “ciudades de 15 minutos”: el tiempo preciso para acceder a pie o en bici a los servicios y comercios.
“Queremos asegurarnos de que todos estos planes atolondrados que se imponen a las distintas comunidades terminen. Es un ataque incesante contra los conductores, y demuestra la ignorancia de muchos diputados ante el hecho de que la mayoría de los ciudadanos de este país dependan de sus automóviles en el día a día”, aseguraba recientemente Sunak. Su estrategia política consiste en ponerse, aparentemente, del lado del ciudadano, frente unas élites progresistas que han declarado la “guerra a los conductores”.
Los sondeos, como el publicado recientemente por el diario The Guardian, señalan que apenas un 22% de los ciudadanos respaldan y confían en las políticas climáticas de Sunak. La mayoría ve su reciente decisión como un nuevo bandazo en las políticas de los conservadores.
El discurso del Rey
Los británicos, al margen de su inclinación monárquica o republicana, han descubierto en Carlos III, que lleva décadas siendo un abanderado del ecologismo, un símbolo de su liderazgo mundial en esta causa. Resultó deprimente para muchos de ellos ver cómo el rey, obligado por la tradición parlamentaria, anunciaba en tono solemne ante el Parlamento del Reino Unido los planes legislativos para el año entrante del “Gobierno de Su Majestad”, que incluían más pozos petrolíferos y un frenazo en el ímpetu contra el cambio climático. Era la misma persona que había brillado en el COP-26 de Glasgow de 2021—todavía entonces príncipe heredero—, cuando el mensaje de la Agencia Internacional de la Energía, a insistencia del Gobierno británico, fue la de advertir al resto del mundo que sería imposible detener el calentamiento global si aumentaban las explotaciones petrolíferas.
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