En la madrugada del 12 de noviembre de 1833, las Leónidas ofrecieron al mundo un espectáculo celestial extraordinario. Se formó una lluvia de meteoros tan colosal, que las personas creyeron que se trataba del fin del mundo.
El evento Leónidas 1833
El año era 1833, y la comunidad astronómica no esperaba que las Leónidas, normalmente una lluvia de meteoros en noviembre, se transformara en un fenómeno de proporciones épicas. Este evento astronómico capturó la atención de los principales periódicos de los Estados Unidos, convirtiéndose en tema de conversación durante todo el año.
Crónicas de periódicos locales como el Richmond Enquirer o la Phoenix Gazette detallaron cómo el cielo se iluminó durante 9 horas. Aquellos que no se despertaron por el resplandor que penetraba por sus ventanas lo hicieron entre asombro y temor.
Fue durante la madrugada del 12 de noviembre, la costa este de Estados Unidos fue testigo de la primera tormenta de meteoros de la era moderna. La intensidad de las Leónidas fue tal que el cielo se llenó con decenas de miles de bolas de fuego por hora, dando lugar a un fenómeno que dejó perplejos a observadores y despertó un creciente interés entre los astrónomos por comprender el origen de las lluvias de estrellas.
Con más de 100 meteoros por hora en las noches de mayor actividad, las Perseidas en agosto y las Gemínidas en diciembre son las dos lluvias de estrellas más conocidas debido a su intensidad. Sin embargo, en 1833, las Leónidas superaron ampliamente la intensidad de estas lluvias populares multiplicando por diez la cantidad de estrellas fugaces por hora.
Al amanecer de la mañana siguiente, Denison Olmsted, un profesor de la Universidad de Yale que fue testigo del fenómeno, redactó un comunicado que se publicó en el Daily Herald. Su intención era recopilar información sobre lo que había ocurrido la noche anterior. La carta se replicó en revistas y periódicos de todo el país, y numerosos lectores respondieron proporcionando detalles sobre la tormenta.
El nacimiento de una nueva lluvia de meteoros de noviembre
Este evento se convirtió en uno de los ejemplos más notorios de observación científica ciudadana en la historia. Gracias a los numerosos testimonios, los astrónomos pudieron identificar que el punto desde el que parecían surgir la mayoría de los meteoros se encontraba en la constelación de Leo. A partir de entonces, esta lluvia de estrellas fue conocida como las Leónidas.
En 1866, los astrónomos Ernst Tempel y Horace Tuttle descubrieron, cada uno por separado, un cometa cuyo recorrido por los planetas internos del Sistema Solar coincidía con las tormentas de Leónidas, que se producían cada 33 años.
Este cometa fue bautizado como Tempel-Tuttle, y un año después, el astrónomo italiano Giovanni Schiaparelli concluyó que todas las lluvias de estrellas provenían de un cuerpo progenitor, y que este no podía ser otro que los cometas.
Desde entonces, cada mediados de noviembre, los astrónomos esperan la llegada de las Leónidas, una lluvia de estrellas considerada de intensidad baja-media, con entre 10 y 20 meteoros por hora, pero siempre impredecible en cuanto a los picos que pueden convertirla en una auténtica tormenta.
A pesar de los modelos actuales que permiten pronosticar la intensidad de las Leónidas basándose en las nubes de polvo dejadas por el Tempel-Tuttle en sus tránsitos más recientes, todavía se necesitan más datos para determinar con precisión cuándo ocurrirá la próxima vez que una región del planeta atraviese una inmensa nube de polvo cósmico y se creen las condiciones ideales para observar una tormenta de meteoros.
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