Hace tres años mi excompañera de piso terminó Periodismo y me invitó a la fiesta de su graduación. La única comida que había era el limón de los gintonics y uno de los tres váteres de la sala de bodas, comuniones y bautizos que alquilaron no funcionaba, lo que supuso que varios acabaran meando al lado del autobús que nos había traído. Aun así, se pareció más a un episodio de Los Bridgerton que lo ocurrido la noche del 24 de septiembre en Detroit, Michigan.
Para aquellos que no sepan de lo que estoy hablando, esta semana ha tenido lugar The Queen’s Ball: A Bridgerton Experience, un baile que prometía a sus invitados una noche repleta de la elegancia y el decoro característicos de la popular serie de la alta alcurnia británica y que, en resumen, fue a las experiencias inmersivas lo que el Ecce Homo de Borja a los santos.
Un salón multiusos, flores de plástico, lonas con césped impreso y una mujer con jersey de fútbol americano sirviendo comida cruda desde bandejas desechables de aluminio no fueron suficientes para transportar al período de la Regencia a los más de 1000 asistentes que pagaron entre 150 y 300 dólares por entrada (si existieran las mayúsculas para los números, estos irían en mayúscula).
Las similitudes entre el desastre acontecido en Detroit y la pasada Willy Wonka Glasgow Experience de febrero son atronadoras, no tanto en contenido (Londres victoriano vs fábrica de caramelos, respectivamente) como en forma: iluminación de pabellón deportivo municipal, exceso de PVC en los decorados, la esperanza abandonando los ojos de los transeúntes, una vertiginosa semejanza al escape room y –mi favorito– dos personajes totalmente ajenos a la narrativa inicial de ambas historias.
A ‘Willy Wonka’ “immersive experience” that promised to transport fans into a “magical realm” left kids in tears.
The event turned out to be such a letdown that customers called the police and compared the attraction to a “meth lab.” pic.twitter.com/h0tGykPzzY
— Pop Crave (@PopCrave) February 28, 2024
Todas las experiencias inmersivas marroneras tienen su pequeña mascota autóctona, Willy Wonka tenía al Unknown; los Bridgerton, a la stripper. Y, por alguna razón, siento que los dos serían muy buenos personajes del Mortal Kombat.
Sin embargo (y más allá del precio), hay una diferencia abismal que separa estas dos barrabasadas: la edad.
Mientras que la experiencia inmersiva de Willy Wonka estaba orientada a niños, el baile de los Bridgerton se concebía para adultos.
Todo esto hace que desprenda de principio a fin un aire más lastimero y cochambroso si cabe; no hay nada menos digno que ver cómo estafan a nativos digitales: mis coetáneos, mis iguales, mis hermanos. Pensaba que éramos la generación de leer las reseñas de Google antes de reservar en un restaurante, de meternos en los etiquetados y buscar los sitios en Twitter –en LinkedIn incluso, si la situación lo requiere–, cómo vais a dejar que os sople 150 euros una cuenta de Instagram con flyers que parecen de sacados del fiestón canario de la Complutense.
La chica que escribió el hilo viralizando el tema terminaba el último tweet deseando que los organizadores (la empresa ‘Uncle & Me LLC’) fueran demandados, ya que necesitaba de vuelta sus 300 euros para pagar las facturas médicas, lo cual deja claro que las pymes estafadoras que organizan fiestas temáticas aprovechándose de la ilusión de adultos ya crecidos no es el mayor problema que se maneja ahora mismo Estados Unidos.
Esto es lo que pasa cuando dejamos demasiado tiempo al mercado regulándose solo.
Hay muchas formas de abordar la cuestión desde la sociología: ¿nos hemos pasado de rosca con la McDonalización de Rietzer?, ¿hemos llegado a un punto de no retorno en la sociedad líquida?, ¿puede la ironía de la posmodernidad convertir lo deleznable en un bien disfrutable? Pero, además de ser todos temas infumables, no sé hablar de ninguno.
Así que, en un arrebato de entusiasmo ante la posibilidad de que este artículo le pueda llegar a alguno de los damnificados y aportar luz en los momentos de oscuridad, he hecho una lista de razones por las cuales la Bridgerton Experience de Detroit es objetivamente mucho mejor que cualquier fiesta de la aristocracia británica victoriana.
- Ninguno de los asistentes tiene viruela. Ni siquiera pueden pillarla porque lleva erradicada desde el 1979.
- La electricidad. No sólo tienen electricidad, sino que también tienen AirDrop. De hecho, como no contrataron a ningún fotógrafo para el baile, alguien de la organización estuvo haciendo fotos con su iPhone y pasándolas por Airdrop. Los que tenían Xiaomi se quedaron sin fotos, pero bueno, casi nadie en Estados Unidos tiene Xiaomi.
- Las mujeres pueden votar.
- En realidad, todos pueden votar.
- Pueden escuchar el Destrangis de Estopa. En el siglo XIX en Inglaterra nadie podía escuchar ningún disco de Estopa.
- El acceso a las armas de fuego está regularizado para garantizar la seguridad de los ciudadanos. Bueno, eso no.
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