En democracia no debemos permitir que la ira y el resentimiento nublen nuestra razón. Imagen: raigclark, Pixabay
El ataque en Charallave al grupo de Vente Venezuela de María Corina Machado pone de relieve -una vez más- un hecho que el régimen chavomadurista ha consumado en muchas ocasiones para asegurar la consolidación del poder, eliminar la disidencia e imponer una ideología única. Como cualquier régimen autoritario y/o totalitario, busca eliminar cualquier amenaza real (o percibida, o inventada) a su autoridad, lo que incluye desde opositores políticos, activistas, intelectuales, hasta cualquier grupo considerado contrario a los intereses del estado o de los líderes en el poder. Las consecuencias de tales ataques son profundas y multifacéticas y afectan tanto al tejido social, como a la estructura política y económica del país. El ataque físico contra opositores crea un ambiente de temor que desalienta la disidencia y promueve la autocensura entre la población, socavando la participación ciudadana. Justamente eso es lo que buscan… Los países que ejercen violencia contra sus propios ciudadanos enfrentan condenas internacionales y aislamiento, lo que deteriora sus relaciones diplomáticas y tienen un impacto negativo en su economía. Y después salen lloriqueando porque los sancionan… Lo peor es que las que les duelen son las sanciones personales.
El ataque físico a adversarios no solo tiene implicaciones inmediatas para aquellos directamente afectados, sino que también tiene efectos a largo plazo sobre la estructura política, social y económica de una nación, socavando los fundamentos de la convivencia pacífica y el desarrollo sostenible.
Por esto en la esfera política actual, la distinción entre adversarios y enemigos se vuelve crucial. Así ocurre en las democracias, pero está claro que en Venezuela no tenemos democracia desde hace rato. Por eso, algo que debería ser natural como tener oposición política, el régimen venezolano la tacha con la etiqueta de “enemigo” y esto conlleva una carga emocional y una percepción de amenaza muy perjudicial para cualquier proceso de diálogo que persiga la estabilidad. ¿Adiós, Barbados?…
Esta dicotomía adversario-enemigo está diseñada para demonizar al otro, erosionando así valores fundamentales como la tolerancia, el respeto y la diversidad de opiniones. La confusión entre adversario y enemigo también abre la puerta a prácticas autoritarias, donde se justifica la represión de aquellos que son percibidos como una amenaza existencial.
Con motivo del trágico fallecimiento del expresidente chileno Sebastián Piñera, su compatriota, el periodista Cristian Warnken, su adversario político en muchas ocasiones, le escribió una carta póstuma que es una auténtica joya, un homenaje al deber ser, un ejemplo de democracia y civismo:
“Hoy le escribo esta carta como un adversario político suyo, al que le molestaron muchos aspectos de su personalidad política y de sus gobiernos, pero que reconoce en usted un demócrata cabal. Cada vez es más difícil encontrar demócratas cabales en nuestra América Latina asediada por las tentaciones populistas y autoritarias. Y eso: que usted lo haya sido en momentos donde era más fácil recurrir a la fuerza que a la razón, habla de una lucidez política cada vez más escasa y habría que ser muy mezquino para no reconocer eso. Y eso es lo que la historia -no los que se creen dueños de la interpretación de la historia- reconocerá”.
“No voy a sumarme a esos homenajes que no nacen de ninguna convicción ni reconocimiento auténtico. Pero sí quiero decirle -desde la diferencia y desde esa distancia extraña que hace de un ausente a alguien más presente que nunca- todo aquello valorable que reconozco en usted. De eso se trata el espíritu democrático: de reconocer y respetar a nuestros adversarios, de no dejar que la ira y el resentimiento nublen nuestra razón y nos impida ver el rostro del ‘otro’ radicalmente otro a nosotros. Como dijera Enrique Lihn ‘a pesar de mi cólera/ nunca quise desbaratar a mi enemigo’”.
En última instancia, el diferenciar claramente entre adversarios políticos y enemigos fortalece el tejido democrático, fomenta la cohesión social y sienta las bases para un debate político constructivo y enriquecedor. La democracia, como sistema, se beneficia de la pluralidad de voces y perspectivas. Hago votos en memoria de ese gran demócrata que fue Piñera, porque nuestro país retome el camino democrático que una vez tuvo…
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