Venezuela, ciertamente, es un país arrasado por una barbarie que, aparte de iletrada, es sanguinaria, inmensamente corrupta y carente de escrúpulos.
Por ello la extraviada gloria no nos es devuelta por los caminos de la historia que hacen las mudas estatuas de bronce, ni por los ruines fastos del poder, sino por el brillo imperecedero, personal e irreductible, del pensamiento, por la más sublime forma humana de expresión y de entendernos como seres capaces de sentir y de soñar un mundo mejor, aun en medio de las oscuranas más tenebrosas. Hablamos, por supuesto, de la poesía.
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Y la hazaña la ha hecho, pluma en ristre, uno de los doblemente nuestros. El más inmortal de nuestros intelectuales vivos. Se trata no solo de un venezolano comprometido en lo más íntimo e insobornable con la libertad, con los valores de decencia y espíritu de superación que apuntalan nuestra nacionalidad, sino, y perdónese el sano regionalismo, de un coterraneo: el muy barquisimetano Rafael Cadenas, en quien acaba de recaer el Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes 2022, sin duda el galardón literario más resaltante en el ámbito de esta lengua que, precisamente, llenó de tanta galanura el creador del Quijote.
Es Día de Fiesta Nacional, así con sublimes mayúsculas. En cada hogar de esta nación irredenta debe ondear jubilosa la enseña de la libertad, de la justicia, en una palabra, de la dignidad que, entre todos, estamos obligados a recomponer sin más tardanza. Sin esta pausa mortal que nos corroe el alma.
Prorrumpamos, pues, en aplauso nacional, de pie, en honor de Rafael Cadenas. Que ese límpido y sereno estruendo opaque y logre desterrar por siempre el grosero desplante de tanta nulidad engreída. Lo mejor de Venezuela vive en su letra, poeta, en esa presencia suya aparentemente tan modesta pero, a una misma vez, tan convincente y luminosa, arrolladoramente anunciadora de emancipación, tan esclarecedora.
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JAO
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