Me golpeo un muerto ITB BARQUISIMETO 07/10/2024

Pasados 3 meses no había logrado regularizar el sueño porque sentía el golpe del difunto en mis pectorales. Imagen: TheDigitalArtist, Pixabay

Como recordarán, en el artículo que escribí sobre los accidentes de tránsito, comenté acerca de tragedias similares acontecidas en la bajada de Tazón y me comprometí a contarles por qué me vi involucrado indirectamente en una de ellas. Con este escrito voy a saldar esa deuda.

Cuando me mudé a Caracas, tenía 15 años, a punto de cumplir 16. Llegué a vivir en el bloque 8 de la urbanización UD2 de Caricuao. Mis tíos, Régulo y Cristina, ambos ya fallecidos, quienes me alojaron en su casa, los dos trabajaban en el antiguo Banco Obrero (BO), hoy INAVI. Por supuesto al ser una urbanización construida por ese ente del Estado, buena parte de los habitantes del sector, laboraban en esa institución y por ende eran compañeros de trabajo de mis tíos.

Asiduamente, los distintos grupos familiares organizaban fiestas y nuestra familia era invitada, motivo por el cual, ninguno de ellos me era desconocido. Recuerdo una fiesta que se celebró en el bloque 1, en casa de un señor de nombre Pablo, no logro recordar su apellido. Ese señor era pintor de brocha gorda en el BO, al igual que mi tío Régulo. La fiesta se celebró en un día sábado y por ser el día siguiente no laborable, la velada se extendió hasta bien entrada la madrugada.

Para nuestra sorpresa, el lunes siguiente, en horas del mediodía, recibimos la desagradable noticia de que el señor Pablo había sufrido un infarto: lo trasladaron al hospital Pérez Carreño y allí falleció. Su cadáver fue llevado a la Morgue de Bello Monte, mejor conocida como la Medicatura Forense.

Acompañando a mi tía Cristina llegué a la morgue, por supuesto, yo no tenía idea de dónde me encontraba. Cuando llegamos al ente mortuorio, en la entrada encontramos a la viuda del señor Pablo. También se encontraba allí un numeroso grupo de compañeros de trabajo del difunto. Los trabajadores del BO sostuvieron una acalorada discusión con la viuda y se apartaron unos 50 metros. Yo me quedé acompañando a la viuda y a mi tía y pude enterarme de que el desencuentro se debía a que ellos querían que el cuerpo fuera velado en la funeraria contratada y la viuda insistía en que debía ser velado en su casa.

Pasado un rato de continuos escarceos, sin que ninguno diera su brazo a torcer, los colegas del difunto me llamaron aparte para decirme: “Mira muchacho, aquí tienes este dinero para que se lo entregues a la viuda, es nuestra contribución para los gastos del funeral. Nos estamos retirando en estos momentos y no asistiremos a ninguno de los actos. Es la forma de expresar nuestro rechazo a la forma como ella está manejando este asunto”, recibí el dinero, no recuerdo cuánto, le hice entrega del dinero a la cónyuge del difunto, ellos se retiraron sin despedirse y yo me quedé acompañando a las dos mujeres. Eran cerca de las 6 de la tarde y estaba a punto de caducar, por ese día, el lapso para el retiro de cadáveres.

A los pocos minutos se acercó un empleado de la morgue, acompañado por el empleado fúnebre, encargado del traslado del cuerpo, para notificarnos que, uno de nosotros debía entrar para reconocer el cadáver y ayudar a vestirlo. Inmediatamente mi tía se ofreció para hacerlo, pero el empleado de la morgue rechazó la propuesta, argumentando que estaba prohibido el ingreso de mujeres a la sala mortuoria. El empleado fúnebre propuso que yo lo acompañara y mi tía se opuso debido a mi corta edad. Los dos señores dijeron que entonces el cuerpo se quedaría allí hasta el día siguiente porque estaban a punto de cerrar las puertas.

Ante esa eventualidad, mi tía accedió a que yo entrara: imagino que mi rostro estaba traslucido por el miedo que sentía, recuerden que venía de un fuerte trauma anterior y ahora el destino me empujaba de nuevo a un insondable abismo. Haciendo de tripas corazón, penetré a la morgue acompañando a los dos hombres y al hacerlo la trágica realidad me azotó la cara: ese mismo día había ocurrido un accidente en tazón con un saldo de 27 muertos. Al haberse agotado el espacio en las cavas, el reguero de cuerpos desnudos tirados en el piso era un espectáculo dantesco. Uno de los casos que marcó mi mente, fue el cuerpo de una joven mujer con su pequeño hijo entre sus yertos brazos.

Sin embargo, para mí el horror aún no había concluido, como pude darme cuenta a los pocos momentos. En esa oportunidad y en otra posterior en que me ha correspondido entrar a la morgue a identificar cadáveres, he podido constatar que al no tener sangre circulando por el cuerpo, el rostro de los difuntos se torna casi irreconocible. Los señores abrieron todas las gavetas y todos los rostros me parecían iguales, no lograba  reconocer al señor Pablo. Al final, dominando un poco los espasmos que agitaban mi cuerpo, logré identificar el lívido cuerpo.

Sacaron el cadáver de la gaveta, lo extendieron en un mesón  y el empleado fúnebre comenzó a colocarle el pantalón. Cuando tocó el turno de ponerle la camisa, el señor rompió la parte de la espalda para evitar voltear el cuerpo, pero la rigidez de los brazos no permitía que las manos penetraran por las mangas. El empleado fúnebre me dijo: “Deja el miedo y ayúdame a sostener los brazos para colocarle la camisa. Sujeté con fuerza el agarrotado brazo, sin embargo, el temblor de mi cuerpo dejó escapar su mano derecha y ésta me golpeó en el pecho. Hasta allí llegó el poco valor que había acumulado, arranqué a correr despavorido, cuando estaba luchando para abrir la puerta, sentí un agarrón en el cuello de la camisa y comencé a dar gritos de espanto. Era el empleado de la funeraria quien me tenía agarrado firmemente mientras decía: “¡Ven acá muchacho cobarde, porque yo no puedo hacer esto solo!”. Me arrastró nuevamente hasta la mesa, yo no sé, si ese día me oriné en los pantalones, pero a duras penas terminamos de vestir el cuerpo.

En mi vida normal el trauma fue superado rápidamente, pero para mi psique, el problema se agudizó: durante meses no pude volver a pasarme las manos por la cara, sin que un sentimiento de miedo me recorriera el cuerpo. Pasados 3 meses todavía no había logrado regularizar el sueño y cuando a duras penas entraba en un pesado sopor, despertaba dando gritos. porque sentía de nuevo el golpe del difunto en mis pectorales. Son experiencias no muy felices por las que he atravesado, pero como dice el dicho: Lo que no te mata, te fortalece.



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