Ocasionalmente las críticas van dirigidas a personas que ni siquiera conocemos. Imagen: ReaxionLab, Pixabay
Los venezolanos, en general, hemos llegado a un punto de polarización tal, que todo lo que diga quien consideramos nuestro líder lo creemos de una, sin pasarlo por filtro alguno, y lo que digan los demás, incluso quienes nos resultan indiferentes, lo desechamos sin investigar qué hay detrás, si puede ser verdad o mentira y todo, todo, acompañado de una catajarria de insultos gratuitos, calumnias e infundios. Y, ojo, no hablo de adversarios políticos: a esos simplemente no se les cree nada.
Puedo entender que cuando un seguidor de un político se siente traicionado, ya sea por una acción concreta o simplemente por una percepción de desilusión, es común que la reacción sea más dura con su seguido que con sus antagonistas. Lo hemos visto n veces, sobre todo en estos últimos cinco lustros. Esta reacción, que parece contraintuitiva a primera vista, tiene sus raíces en la relación de confianza y lealtad que se establece entre un líder político y sus seguidores. Cuando este político traiciona esa confianza, ya sea a través de un escándalo de corrupción o de un cambio de postura inesperado, los simpatizantes se sienten defraudados y traicionados. Esta sensación de traición lleva a una reacción emocional intensa y a una mayor dureza en las críticas hacia el líder en cuestión, por la conexión emocional que tienen con él. Esto lo han vivido muchos políticos, a quienes les ha sido imposible levantar cabeza después de sus tropiezos. Hay casos en los que ha habido traiciones, ciertamente, en cuyo caso existen razones de peso para siquitrillarlos como lo hacen. Pero hay otros en que no… Y ahí están, sufriendo rechazo y ostracismo.
El chavismo sabe esto muy bien y lo usa magistralmente para destruir reputaciones. Lo peor es que han sido tan exitosos que ya ni siquiera la gente dirige sus críticas despiadadas y sus juicios de valor en contra del líder “traidor”. Lo hacen incluso sobre personas que ni siquiera conocen. Acaba de pasar, primero con la doctora Corina Yoris y luego con el embajador Edmundo González Urrutia. Me quedé perpleja al leer comentarios en los chats de WhatsApp y en X. Profesionales, gente que se identifica como “católica practicante” y hasta algunos «periodistas», se desgañitaron en descalificaciones en contra de una persona decente, simplemente porque no lo conocían.
¿Cómo hemos cambiado tanto? ¿O es que hemos sido siempre así? Me inclino por lo primero. Y no se trata de prejuicio. Tampoco de estereotipo. No es envidia, ni resentimiento, ni falta de empatía. Lo que sí resulta ser es una absoluta falta de comprensión de las circunstancias y eso hace que las críticas sean aún más severas, aunque no tengan fundamento. Podría haber algo de necesidad de pertenencia: hay personas recurren a la crítica despiadada como una forma de buscar validación social o de sentirse parte de un grupo. Criticar a alguien que no se conoce puede ser una forma de fortalecer la propia identidad o de encajar en ciertos círculos sociales.
También, por supuesto, existe una marcada influencia de los medios de comunicación y redes sociales: la exposición constante a contenidos negativos lo que logra es fomentar actitudes críticas y despectivas hacia personas desconocidas. La difusión de rumores, chismes o noticias falsas también puede contribuir a la formación de juicios de valor injustos.
Es importante reflexionar sobre estas actitudes y buscar comprender a los demás desde una perspectiva más empática y compasiva. Cultivar una mayor tolerancia y respeto hacia los demás, incluso cuando no los conozcamos personalmente. Si de verdad queremos salir de esta pesadilla que estamos viviendo, no lo lograremos sin empatía o comprensión. Cuando entendamos esto y actuemos en consecuencia, estaremos estableciendo las bases para promover la armonía y la convivencia pacífica en nuestra sociedad. Las necesitaremos para el cambio. Si no, aunque cambiemos de timonel, la ruta será la misma…
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