La invasión a Ucrania ha puesto sobre la mesa la vieja confrontación entre lo que envuelve la política y las tentaciones pragmáticas de los intereses económicos. Se piensa y se concluye ligera y pragmáticamente: no importa lo que cueste política y culturalmente si se garantizan riquezas minerales o energéticas. Una visión solo económica puede terminar exponiendo la estabilidad política global, y lo que es más grave, terminar arriesgando el caudal histórico-simbólico del pensamiento y la cultura libertaria y democrática de Occidente, aún con toda la crítica que nos inspire.

Pareciera que no hay razón alguna para pensar que EEUU no pueda tener acceso a un acuerdo con Ucrania en el cuadro geo-político actual sin necesidad de hacerla claudicar ante Rusia.

La tentación de la fuerza, de la violencia, de la humillación y sometimiento del débil por el fuerte, son el dedo que está sobre el gatillo. Eso no ha honrado al mundo, a la especie humana; aparecen como manchas negras, horrores y vergüenza, de la especie. Hoy nadie se ufana de haber lanzado una bomba atómica sobre otro país, de haber asesinado a 6 millones de seres humanos, de haber levantado el Muro de Berlín, del alambrado del Apartheid Sudafricano, de haber arrebatado territorios a otras naciones.

Hay quienes concurren al encuentro Trump-Vance contra Zelenski, como si de un juego de ajedrez se tratara, de un campeonato de fútbol o béisbol, apostando al fuerte, saltándose lo cruel del asunto: el destino de una nación, que como la nuestra se juega su libertad, frente a un invasor caprichoso en revivir la vieja URSS, el Imperio Zarista.

En medio de deficiencias, contradicciones y conflictos, hay un sustrato cultural surgido a raíz de los acuerdos de Yalta y Postdam, precisamente en Ucrania, que asocia a Occidente como espacio de libertad y democracia.

El mundo celebra la libertad, la democracia, la justicia, el respeto a los DD.HH, aborrece las dictaduras que matan, torturan, encarcelan, eliminan la libertad de expresión y sus oficiantes, los países que invaden a otros para quitarles sus territorios y sus riquezas. El mundo ha cambiado pero no tanto para celebrar el autoritarismo, la fuerza bruta, la humillación y la pérdida de la libertad humana.

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