En 2004, tras un pasado como corresponsal de guerra para la TV3 y con varios libros a medio escribir, Carles Porta (Vila-sana, Lleida, 60 años) y su productora dieron cámaras a 12 adolescentes para que grabaran su vida. Efecte mirall ganó premios en todo el mundo. Y se adelantó a la racha de distopías que invadirían series y novelas. Luego se arruinó para producir Mecanoscrit del segon origen, la novela de Manuel de Pedrolo que debía dirigir Bigas Luna, y que terminó filmando él cuando el director de Jamón, jamón murió un día antes de iniciar el rodaje. Lo cuenta en un piso del centro de Girona, donde ha instalado su productora junto al río Ter. Explica que no tiene lavavajillas porque le gusta el tiempo que le regala fregar platos. También que va al mercado. Aunque, desde que el programa de humor de TV3 Polonia lo convirtiera en personaje, le cuesta porque lo reconocen. “Si dejo de ir pierdo el contacto con la calle”, apunta con esa voz suya de marca ilerdense. El director, productor, guionista y narrador de Crims (TV3) y Luz en la oscuridad (Movistar Plus+) admite que la sangre vende. También que las cárceles están llenas de errores.
¿Por qué matamos?
¿Por qué amamos? Hay quien solo mataría bajo amenaza extrema y quien mata por placer o falta de educación. Muchos no saben ni por qué. Un crimen es un fracaso global. Tiene un responsable, pero con él falla toda la cadena social.
¿Cómo aprendió a mirar?
Observando con empatía y narrando con distancia. Para mirar tienes que acercarte. Pero para contar debes tomar distancia porque la cercanía produce empatía.
¿Cómo hacer que la experiencia no distorsione?
Evitando prejuzgar. Lo aprendí en Santo Domingo. Le regalé mis deportivas a un guía que llevaba chanclas. Preguntó: ¿para qué quiero unas zapatillas si tengo libertad en los pies y tú tienes una cárcel? Tenía razón. Una cosa es mirar con tus ojos y otra lo que vio el que lo hizo.
Mirar con los ojos y no con la experiencia.
Claro: prejuicios, pensamientos automáticos… Es clave volver al momento de los hechos y no mirar desde el actual. Han salido libros que ponen a Winston Churchill a parir. Vale. Pero ¿cómo manejó las herramientas que tenía? Nadie resiste una revisión histórica porque se hace desde criterios y conocimientos actuales. Los grandes errores de investigación vienen de prejuicios. Quien ve un hematoma y anota: “Lo golpearon desde…” en lugar de “probablemente lo golpearon desde”. Ese adverbio mantiene la mente abierta. Hay investigaciones inductivas, que parten de una idea e intentan demostrarla. Pero las buenas son deductivas: parten de los hechos. La realidad es insuperable. Pero cuando se manipula, la sociedad se va a la mierda.
¿La prensa distorsiona?
Piensa en el caso de Rocío Wanninkhof. Dolores Vázquez fue condenada por un jurado sin tener ni una sola prueba. El retrato de los momentos oscuros de nuestra sociedad es tantas veces el juicio como el crimen.
¿Dónde deja eso al sistema judicial?
Es una excepción que un inocente vaya a la cárcel. Ahora, cuando sucede, lo cuestiona todo. Es como llevar una camisa blanca impoluta y manchársela. La muerte vende. Creemos que hablar muchas horas de muerte va a dar más audiencia. Y eso no es saludable para una sociedad.
¿Por qué se acercó entonces a la muerte?
La sangre mancha mucho, pero no ayuda a contar un buen caso. Yo no debato. Cuento casos juzgados. Y no los alargamos. El periodismo de sucesos centrado en dar datos es necesario porque todos queremos saber qué ha pasado.
¿El porqué quién lo cuenta?
Un móvil no siempre se conoce. Los crímenes más difíciles de resolver son los que contienen un componente de azar. ¿Por qué un asesino en serie mató a cuatro? ¿Qué conecta a esos muertos? El asesino de la baraja fue difícil de encontrar porque no había ni patrón ni coincidencias.
A sangre fría demostró el sinsentido detrás de crímenes espeluznantes.
Lo más importante es la manera de contarlo de Truman Capote. Leyó un breve en The New York Times. Para un diario de tirada mundial era un breve, pero él lo convirtió en un clásico universal. Lo he leído tres veces. Logra lo que quiero: contar toda la película.
¿Qué hace que alguien quiera hablar?
El primer caso que hicimos para la serie Luz en la oscuridad contaba que alguien se hacía pasar por mujer en internet. Los hombres iban a Los Monegros y les robaban y apaleaban. A uno lo mataron. Conseguimos hablar con uno, Julián. ¿Por qué aceptó? El día que estrenamos el capítulo en el Círculo de Bellas Artes de Madrid subió al escenario y dijo: “Me he visto. No me he sentido agredido”. Llevaba cuatro años encerrado en casa.
Crims también cuenta el caso del avión de Dan Air que se estrelló en el Montseny en 1970.
Fue casi un crimen de Estado. Se ocultó porque la aviación en España estaba controlada por los militares. Si se hubiera conocido, el destino de España como país turístico hubiera podido alterarse.
¿Por qué quiso cubrir guerras?
Para ver de cerca lo más importante de los informativos.
Trabajó en Bosnia, Kosovo, Ruanda… ¿Una muerte en una guerra es épica y un asesinato en un piso es psicológico?
Escribir periodismo local de sucesos, para el diario Segre, me enseñó que algún día hablaría de alguien conocido. Debía tratar cualquier crimen con la conciencia limpia. Luego, fui a Ruanda, Haití o Israel con TV3… Eso te hace ver una muerte industrializada. Ahora mismo, en Gaza, en Ucrania, la vida humana no vale nada. Lo que llamamos comunidad internacional es mercadeo a lo grande. Aquí nos enfadamos por un semáforo en rojo. En Sarajevo, 9 de cada 10 muertos eran niños. ¿Sabes por qué? Porque eran los primeros que perdían el miedo y volvían a la calle. Un día, hablando con mi hija de tres años, una bomba cortó la conexión. Decidí que me quedaba en casa viéndola crecer. Cuando alguien muere en la guerra lo consideramos un mérito. Pero si un periodista muere en accidente yendo al pueblo de al lado no le damos mérito.
¿Hoy se puede ver una guerra de cerca?
Puedes ver dramas humanos. Hice lo que creo que debemos hacer los periodistas: ponerte en la piel del que está sufriendo para que se avergüencen nuestros dirigentes y quienes toman decisiones.
Con lo que estamos viendo en Gaza, ¿quedan políticos que puedan hacer algo?
A finales de los noventa, en Cataluña hubo grandes incendios que quemaron 25.000 hectáreas. El presidente de una agrupación de defensa forestal, Josep Duocastella, se quemó un 80% del cuerpo. Le pregunté cómo se lucha contra los fuegos. Contestó —y vale para Gaza—: “Todos los incendios cuando empiezan son pequeños. Es cuando hay que apagarlos”. Lo intento aplicar a mi vida.
¿A incendios personales?
Por exceso de trabajo y mi mala cabeza rompí mi matrimonio. Cuando lo miras con perspectiva, ves dónde te equivocaste. El trabajo me ha abducido. Pero si no hacemos bien nuestro trabajo, la recompensa económica está podrida. Acabará haciéndonos daño.
Escribió Tor, traducido a varios idiomas, sobre la división de una montaña entre 13 familias.
Me mandó Francino para hacer un reportaje de tres minutos para el Telenotícies y volví con una novela. Pasé allí tres meses. Entonces se podía hacer eso. Yo se lo permito a mis guionistas, les doy tiempo.
No ha abandonado esa historia.
Llevo 27 años con ella. Tiene dos partes: el asesinato de Sansa, declarado en 1995 propietario de la montaña tras 100 años de discusiones, y lo que pasa con los herederos que se vuelven a odiar. El odio es una planta que crece sola. No hay ni que regarla. En cambio, el amor hay que cultivarlo con enorme delicadeza. Si te pasas, lo ahogas, y si te quedas corto, lo secas. Cuando hay un muerto, me llaman. Eso me hacía sentir importante. Pero mi trabajo no es meter gente en la cárcel. Es ofrecer datos al espectador.
¿Ha sentido miedo?
Nunca. Amenazan para defenderse. Quieren que calle. Pero nunca he sentido investigando el peligro que viví cuando disparaban en Bosnia.
Analiza casos famosos: Marta del Castillo, la farmacéutica de Olot, Anabel Segura, Quini…
Si nos fijásemos más en las circunstancias de nuestros crímenes, entenderíamos mejor nuestra sociedad y podríamos corregirla en el origen. Hay que invertir menos en cárceles y en policía y más en educación y asistencia social.
Tiene una empresa que vive del crimen.
Vivimos de contar historias bien contadas que, en este caso, son crímenes. Recordamos que el mal existe. Me gusta pensar que la gente bien informada tiene menos miedo.
¿No generan alarma social?
En España tienes muchas más posibilidades de que te toque la lotería que de verte involucrado en un crimen.
¿Existe un eticómetro?
Hay líneas que no se pueden cruzar. Curiosidad, sí. Morbo, no. No buscamos alargar un tema, buscamos llevar luz.
Dedicaron un programa a Mario Biondo…
Por aclamación popular. Para mí, no hay caso. Se ha construido sobre la negligencia del levantamiento del cadáver y de la primera autopsia. Si se hubiera hecho bien…, ahí se acaba. La familia de la víctima tiene derecho a saber la verdad. Y si la verdad no está basada en evidencias, buscan la suya. Otra cosa es no aceptar la verdad. Eso sucede cuando estás intoxicado o cuando, como en este caso, no te han dado las respuestas correctas.
La viuda, Raquel Sánchez Silva, era una figura pública…
La televisión es multiplicadora de lo bueno y de lo malo. Lo primero justifica que exista. Multiplicar lo segundo hace daño. Por eso hay que ser exigentes al inicio. Pero… ¿qué hay más espectacular que una madre pidiendo justicia para un hijo supuestamente asesinado por una mujer famosa? Ahí no hay nada cierto más que el dolor de la madre.
¿Hay gente que vive mejor en la cárcel que fuera?
Hay gente que de pequeño no aprendió que no debía robar bicicletas. Entró en la cárcel y ha acabado matando. Es lo mismo que el maltrato a mujeres: se hereda.
¿Un asesino se levanta odiándose?
Probablemente no es feliz. En un crimen hay una acción contra otro. Un fiscal dijo que la mayoría se resolvía en un palmo: el que va entre la bragueta y el bolsillo.
¿De niño ya le atraían los crímenes?
Tuve una infancia tranquila en Vila-sana, un pueblo de Lleida de 400 habitantes. Mi familia no hacía más que trabajar. Eran agricultores y ganaderos. Mis hermanos siguieron con la ganadería porcina y de terneros. Yo me levanté muchas mañanas a las cinco, que es cuando está blanda la tierra, para recoger cebollas.
¿Huyó?
De la dureza de ese trabajo: los animales comen cada día. Mi padre me ayudó. Decía: “Vete, ve mundo. La tierra no se va a mover”. Y eso que era el hereu.
¿Y sus hermanos?
Ellos tres se quedaron. El segundo lleva las granjas. El pequeño hizo una ingeniería y convierte la mierda de los cerdos en energía.
¿Sus padres lo han visto triunfar?
Ver su satisfacción es de lo que me hace más feliz. Por eso cuando hago algo no pienso en el beneficio económico. Me parece más importante que mis hijos y quien trabaja conmigo se sientan orgullosos de ese trabajo. Tenemos éxito porque no nos manchamos de sangre. Contamos historias de crímenes. Pero hablamos más de vida que de crimen.
¿Necesitamos contar la verdad?
La verdad nos hace libres, ¿no?
Los crímenes sin resolver generan impotencia. Madeleine McCann se ha convertido en un fantasma.
Claro. Pero para trabajar un caso debemos tener acceso a toda la información. Y ese está plagado de mentiras. Es difícil distinguir intoxicación de información. Investigar desapariciones no es nuestro trabajo. La policía, los fiscales y los jueces deben hacerlo. Aunque detrás de esos crímenes haya grandes historias que querría contar.
¿Cómo es posible que los asesinos sigan llevando encima el móvil?
Hay dos elementos fundamentales en la mayoría de las investigaciones: el ADN y el móvil. Se ha demostrado que dejar el móvil en casa es un indicio para culpabilizarte. ¿Por qué llevas 20 años con el teléfono encima y ese día no? Eso cambia tu patrón de comportamiento. El móvil nos vigila.
¿Se busca más a las desaparecidas guapas?
No lo puedo confirmar, pero esa posibilidad entristece. Y nos retrata. Si Rosa Peral no hubiera sido una mujer tan atractiva, ¿hubiera tenido tanto impacto? Es una mujer enamorada de sí misma. El narcisismo siempre hace daño. Somos animales sociales, cuando todo lo haces solo para verte guapo en el espejo tienes un problema. Ahora, si no confías en ti…, pues te complicas también mucho la vida.
¿El miedo es una forma de control social?
Sin duda. Hay unos intereses que precisan infundir miedo. En la política, en el deporte, en las relaciones de pareja…, nos hace vulnerables. Cuando a un niño le dicen: “Si no haces esto vendrá el coco”, debería contestar: “Llamaré a la policía”.
¿Hay más asesinos que asesinas?
Sí. Los hombres somos menos inteligentes y recurrimos a la violencia para solucionar carencias. Las mujeres cometen crímenes más sofisticados, menos sangrientos y más calculados.
¿Ha llegado a comprender a algún asesino?
Comprendes las circunstancias de una persona cuando ha visto en peligro su vida o la de alguien querido. Me he preguntado qué habría hecho yo en su situación. Y quizá hubiera hecho lo mismo.
A Santiago Mainar lo visitó 70 veces en la cárcel.
Y a su hermana, 200. Puedo entender lo que hizo, si es que lo hizo. Pero no puedo aprobarlo. Aunque comprender es una manera de aprobar… Nada debe resolverse con un asesinato. Pero hay que actuar, ya digo, cuando el incendio es pequeño.
¿Cómo vivir habiendo matado?
Es una cuestión tremenda. ¿Perdonamos o no?
¿O te perdonas?
El libro de Fago creo que es de los mejores que he escrito. La clave no es el asesinato, la clave es la hermana, Marisa Mainar. Por eso el subtítulo es: Si te dicen que tu hermano es un asesino. Ella lo defiende. Pero también pregunta: “¿Qué hago? ¿Dejo de quererlo?”. Sigue siendo su hermano. Es él el que le dice: no vuelvas más a la cárcel. Hoy Mainar podría estar fuera. Pero quiere cumplir toda la condena.
¿Eso puede ser una confesión?
Jesucristo se dejó crucificar. Eso es lo que dijo Amparo, su esposa. ¿Por qué no podemos entender que se declarase culpable para mantener la paz en el pueblo?
¿Creer más a unos que a otros tiene que ver con las horas dedicadas a investigar los casos?
Hay una fase de empatía peligrosa. Puedo empatizar con Mainar, pero los datos me generan dudas sobre su inocencia. No sé si lo hizo o no. Sé que, si yo hubiera sido miembro de un jurado popular, con esas pruebas no le hubiera condenado. ¿Qué es la verdad? Los jueces tienen la potestad de decir la oficial. ¿Cuántas veces no coincide con la realidad?
¿Hasta dónde se puede dudar?
Hay que dudar siempre. Otra cosa es desmontar el sistema. El judicial y el policial funcionan. Yo me siento tranquilo. La justicia penal es garantista.
¿Todos podríamos llegar a matar?
Seguro. Pero a priori todo el mundo dirá que no.
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