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María, joven tachirense de 20 años, tomó la repentina decisión de migrar a Estados Unidos en el mes de marzo de 2023. Lo hizo motivada por una amiga y su pareja, quienes también querían emprender la ruta hacia un país que se ha convertido en el objetivo de miles de venezolanos.

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“Me fui sin decirles nada a mis padres y demás familiares”, confesó la joven oriunda de San Antonio del Táchira, en el municipio fronterizo Bolívar. “Por varios días, mi familia y mi hija no sabían nada de mi”, prosiguió en su relato, en el que tuvo que despertar imágenes que ha tratado de olvidar.

En el momento en el que estaba a punto de adentrarse al Darién, hizo la llamada a su madre. Le dijo que estaba en Colombia y que se disponía a cruzar la selva. A su progenitora —cuenta la entrevistada —, le costaba asimilar lo que escuchaba y, pese a que le rogaba que no lo hiciera, que pensara en su niña, se aventuró por el tapón.

Dos días y medio tardó la joven, junto a la pareja que la acompañaba, en cruzar la húmeda y peligrosa selva. “Un guía, al que le pagamos, nos acompañó solo hasta una parte conocida como Las Banderas. De ahí en adelante, nos tocó el camino solos hasta llegar al refugio en Panamá”, apuntó con la satisfacción de haber sobrevivido tan dura prueba.

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El primer día, caminaron de 6:00 am a 6:00 pm, sin parar. “Solo nos deteníamos a comer un poco y seguíamos”, narró, para luego soltar que, a mitad de camino, se tropezaron con una imagen que no ha logrado desprender de sus retinas: “Una mujer haitiana y su bebé estaban ahogados. Los haitianos y venezolanos son los que más se ven en la ruta”.

“Nos impactó mucho el olor. Una mujer que pasaba con su niño en brazos, tenía un mes de haber dado a luz, se desmayó al ver a la haitiana y a su bebé muertos. Quién sabe cómo saldrían de esa selva”, manifestó mientras dejaba por sentado que el pánico crecía e invadía sus humanidades a medida que avanzaban y las escenas se hacían más dantescas.

La ruta se convertía en una verdadera prueba. A veces, María pensaba que no iba lograr atravesar la espesa selva. “El cansancio era horrible. Uno no sentía las piernas y llegamos a creer que lo mejor era quedarnos tirados en cualquier lugar”. Se trataba de un peregrinaje que se tornaba infernal con el transcurrir de las horas.

El llanto constante de niños, seguido por los sollozos de los adultos, influían aún más en sus estados de ánimo. “Hubo un instante, con más de la mitad de la selva recorrida, que mi amiga se desmayó, y nos tocó a su pareja y a mí cargarla. Pesamos que no íbamos a salir nunca”.

Previo a tan dura experiencia, el esposo de la amiga de María ya había ayudado a una joven madre, quien iba con dos niños, a llevar en su regazo a uno de ellos, ya que el cansancio los arropaba rápidamente y la selva daba la impresión de que se los tragaría sin probabilidades de salida.

“Lo que sí tengo claro es que, en mi vida, volvería a pasar esa selva. Fueron días muy duros. Vi también cómo un señor caía a una especie de pendiente y terminó partiéndose las piernas”, describió María, tratando de obviar algunos detalles que prefirió guardar en su memoria, y no revelarlos.

El Darién en cifras

✓ María integra la lista de los más de 385.000 ciudadanos que han atravesado la temida selva en lo que va de 2023. Se estima que, por día, están pasando más de 3.000 migrantes, de los cuales el 20 % son niños.

La cifra total supera la registrada en el año 2022, la cual raya los 280.000 ciudadanos. Para el cierre de 2023, se prevé que unas 500.000 personas hayan atravesado la ruta en los últimos 12 meses.

De los 385.000 que van en 2023, la mayoría son venezolanos: más de 200.000, cifra que explica la gran ola migratoria que se ha visto en los últimos meses en la frontera de Táchira con Norte de Santander, donde grupos de 60 a 100 personas salen a diario por el puente internacional Simón Bolívar o por trochas.

En 2022, cerca de 1.500 migrantes muertos o desparecidos fueron contabilizados por la Organización de Naciones Unidas. La cifra, en 2023, podría ser mayor. Por eso, muchos también califican al Darién como “el cementerio de los migrantes”.

La carpa de la muerte

Cada kilómetro caminado estuvo signado por cientos de pasos que dejaban sus huellas en una selva que, desde la visión de muchos, también se está convirtiendo en el cementerio de migrantes que no consiguen salir de la espesura y peligros que encierra cada centímetro caminado.

“Divisamos una carpa que daba la impresión de estar vacía. No se escuchaba nada y no se percibía movimiento en su interior. Al abrirla, nos quedamos paralizados, en shock: había tres mujeres muertas, con sus cuerpos ya deteriorados”, narró la joven tachirense.

Con esa imagen, dantesca, cruel, prosiguieron el camino, rogándole a la Providencia de que el resto de la ruta —asumían que les quedaba poco— no les permitiera seguir tropezándose con la muerte, ya que “una cosa es contarlo y otra es verlo. Es muy fuerte, doloroso e incrementa el miedo en una selva a la que hay que ganarle tiempo para no caer en la resignación”.

Con su amiga, vivió otro difícil escenario: “El río nos arrastró por varios metros, pensé que nos íbamos a ahogar, pero —afortunadamente— varias personas nos socorrieron y pudieron sacarnos a tiempo del afluente”. La selva quería quedarse con ellas, pero al final ganó la voluntad humana y el ímpetu para no desfallecer.

Con la primera piragua divisada, supieron que ya estaban cerca del refugio, que pronto descansarían y que estaban dejando atrás dos días y medio de un infierno que no se lo desean a nadie. “No entiendo por qué la gente continúa pasando por allí. Eso es horrible”, recalcó María en compañía de su pequeña hija.

Dos meses y 10 días en el refugio

En el refugio, la joven María tuvo tiempo para pensar y reflexionar lo experimentado: “Me comuniqué con mi mamá y le dije que no quería seguir, que me regresaría a Venezuela. Mi hija preguntaba mucho por mí y lo mejor era retornar luego de tan duros momentos vividos en la selva”.

El proceso para volver a Venezuela no fue rápido. Médicos sin fronteras y la Organización Internacional para Migrantes (OIM) la ayudaron para tramitar lo concerniente a los boletos del avión y demás gastos. “Nos pagaron todo. Digo que nos pagaron todo, porque conmigo se regresaron otros 10 venezolanos”, detalló.

En el refugio, duró dos meses y 10 días. En el largo interín, un venezolano intentó abusar de ella. “Lo denuncié y lo deportaron. Una mujer, también venezolana y aparentemente amiga de él, me propinó una golpiza a modo de venganza”, lamentó.

En las instalaciones, agradece, le brindaron toda la asistencia médica para su recuperación. “No veía la hora de salir de ahí. La comida que dan no es muy buena”, acotó quien vio la luz en medio de un largo túnel, cuando recibió la noticia de que todo estaba listo para su retorno a Venezuela.

Ya en Caracas, la asistencia y ayuda por parte de las organizaciones internacionales no había culminado. Ahora, la tarea era brindarle el traslado seguro desde la capital venezolana hasta la frontera, específicamente al municipio Bolívar.

“Muchas personas mueren en el intento de cruzar el Darién”, concluyó María mientras invitaba a los migrantes a pensar mejor la decisión de atravesar una selva que no es inofensiva ni inocua.

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